lunes, 4 de febrero de 2008

En la cálida noche (1.958, Marchena)


Esta noche me despertó el canto de un grillo. Debía estar en el jardín, muy cerca de mi ventana. ¡Qué grito más estridente y monótono! No me dejaba dormir. Era inútil seguir dando vueltas y más vueltas en la cama sin conciliar el sueño y ya cansada, me incorporé y abrí los ojos.
¡Noche de estío! Las plantas del jardín con sus hojas gigantes, verdes y frondosas, dormían en la quietud de las horas. Ni el más leve airecillo acariciaba sus hojas. Los pajarillos entre las ramas de los árboles se arrullaban bajito.
A veces se sentía a alguien que pasaba por la calle. Un trasnochador, o un solitario paseante que huía del calor de sus habitaciones; pero el canto del grillo vigoroso y agudo llenaba por completo el silencio de la noche.
Ya no me molestaba. Me figuraba al pequeño animalillo con sus alillas temblonas, buscando el frescor de la tierra húmeda, cumpliendo su misión de llenar las hermosas noches de verano con su canto monótono y rítmico.
No sé cómo quedé dormida. Cuando me desperté, la luz tenue del amanecer, embellecía el jardín.
Me levanté perezosa para cerrar la ventana y poder seguir entregada al delicioso sueño de la aurora.
El cielo estaba rosado. Las plantas y flores llenas de fragancia. Los pájaros rebulléndose bajito en sus nidos. Los silbidos amorosos de las golondrinas cruzando veloces el espacio. Un nuevo día.
El grillito ya no cantaba. Había terminado el encanto de la noche.
Me levanté perezosa y cerré.

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