martes, 5 de febrero de 2008

Era domingo (l.957, Marchena)


Era domingo. Me desperté con una agradable sensación, ¡Toti! Me levanté gozosa. Dentro de poco podría tener con ella nuestro ratito de charla.
Me fui a misa. Procuré recogerme pero mi pensamiento volaba de nuevo hacia ella. (Perdón
Señor, Tú sabes lo que la quiero!)
Al volver a casa pedí la conferencia con el colegio. Unos momentos después tras el auricular su voz juguetona, alegre, cariñosa; ¿Tiurri? y empezamos la charla. No importa que pasen los minutos. Ella bromea, pregunta, ríe diciéndome en tono cariñoso -¿Tiurri?-tres, ¿sabes? tres...Yo me sonrío. ¡Es tan suyo este pudor en decir su cariño, esta manera ingenua que ha buscado en los recuerdos de sus expresiones infantiles! Sigo la charla, le cuento, le digo y de vez en cuando, -Totuchi, hijita ya terminamos, hasta otro día- y seguidamente le charlo, le mimo y sigue ella allá en su colegio cogida al auricular y yo la dejo hacer, feliz de tenerla cerca de mí, por su voz, su sentir, su cariño, su risa...
Termina nuestro ratito. Distraída me arreglo para salir, recordando su voz cariñosa.
En la placita hay luz, hay sol. Me detengo y miro el alegre juego de los niños sobre la arena.
Vienen hacia mi algunos y me besan rodeándome el cuello con sus bracitos. Son rubios, gordezuelos, colorados. Los levanto en alto y los miro sonriente. Cuando se alejan, mi abrigo negro ha quedado blanco por la arena de sus piececitos.
Unos pasos más allá me salen al encuentro unas niñas de largas trenzas subidas en su bici, -¡adiós tía!- me gritan; y siguen su loca carrera dando vuelta por la placita.
En la puerta de la casa de A.C. me espera un grupo de jovencitas. Celebro con ellas la sencilla reunión dominguera y pronto las dejo ir a gozar de la mañana llena de luz.
Despacio, ensimismada, sintiendo dulzura y quietud en mi espíritu, camino de nuevo hacia mi casa. Miro la placita de cielo azul, la calle ancha y sombreada por las acacias enlazadas y doblando la esquina hacia la izquierda, la estrecha y simpática callecita en la que vivo.
Mi casa está sola. Al entrar en el jardín ha volado hacia lo alto una bandada de palomos. He suspirado mirándolos ir. El recuerdo queridísimo que quedó en mí, ha hecho brotar unas lágrimas de mis ojos. ¡Mamá! y he sentido más hondamente su ausencia en el silencio del jardín a mi llegada.
Corto unas rosas, aspiro su perfume, adorno con sus ramos el patio, el gabinete, el salón. Pongo el picú de Toti y empieza a oírse una suave melodía. La marcha Turca de Mozart. El piano se oye fácil, ligero, alegre, sentimental.
Termina la mañana del domingo. Han pasado las horas llenas de luz.
La charla con mi Totuchi me las hace vivir felices; me siento llena de su vida sencilla, ingenua, alegre, buena...

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