miércoles, 9 de enero de 2008


Venga a mí el recuerdo de tu cielo estrellado,
sobrecogida el alma después de haber rezado
a solas, de rodillas delante del Sagrario,
donde Él, siempre estaba amando y...esperando.

Allí, yo me sentía feliz con Dios hablando,
el tiempo se pasaba...y casi no sabía;
cerca de Dios estaba, conmigo lo tenía,
su vivencia llenaba de amor el alma mía.

¡Ay, los hermosos templos silenciosos y sonoros
de oraciones de siglos, de esplendor y decoro!
Sus puertas siempre abiertas para Aquel que buscaba
la presencia divina de Aquél, que siempre amaba.

¡El invierno! ¡la noche! El airecillo helado
que besaba mi rostro a lo alto levantado.
El silencio en las calles todo oscuro su cielo
donde parpadeaban la luz de las estrellas.

La luz de los luceros.

El día sosegado, la tarde cadenciosa, la noche...
toda ella callada y sonorosa.
Las calles bullangueras, el ruido constante,
en el cielo no brillan la luz de sus diamantes.
Y mi alma cansada se duerme pesarosa,
recordando las noches aquellas...tan hermosas.


(A Marchena)
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Han pasado los años. Se fueron muy de prisa
mientras viví soñando.
La realidad es otra. Todo ha cambiado, mi mundo
se derrumba a ritmo acelerado.

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